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Home Sobre Prestes Sobre Olga Una mujer


"Luiz Carlos Prestes entrou vivo
no Panteon da História.  
Os séculos cantarão a 'canção de gesta'
dos mil e quinhentos homens da
Coluna Prestes e sua marcha de quase
três anos através do Brasil.
Um Carlos Prestes nos é sagrado.
Ele pertence a toda a humanidade.
Quem o atinge, atinge-a."

(Romain Roland, 1936)


Una mujer

Texto da escritora argentina, radicada em Cuba,  Ana Maria Radaelli, publicado em seu livro “Las puertas vacías” (La Habana, Editorial Arte y Literatura, 2004).

Con tu nombre otros nombres
callamos y decimos.

Pablo Neruda

Nieva. No deja de nevar desde hace... ¿dos meses?, ¿tres, quizá? Se abraza el cuerpo entumecido, se da palmaditas buscando calor, pobre saco de huesos blandos. Se mira las manos lívidas, encallecidas, despellejadas y rajadas por el frío y los trabajos. Hace mucho tiempo se vio en un pedacito de espejo. Si bien podía suponer lo fea que estaría, la imagen que se enfrentaba a ella le era desconocida. Pero no le importó ni siquiera un poco la revelación de su propia fealdad, la miseria de ese cuerpo consumido, esquelético bajo la delgada tela, ya un harapo, que lo cubría. Tampoco le dio pena la ausencia de su pelo largo, sedoso, que enmarcaba una cara delineada con firmeza por delicado cincel. Los ojos, esos ojos que todos y siempre habían encontrado hermosos, guardaban el mismo brillo, la misma luz, y eso sí la había reconfortado.

Mañana. Pero todavía le quedan algunas horas antes de irse, y tiene que aprovecharlas. El silencio es una lápida. A lo lejos, el humo de una chimenea humaniza, con sus volutas desparramadas, el desamparo de la tierra yerta. Las ramas desnudas de los pocos árboles que su vista alcanza, parecen muñones calcinados que se tienden, implorantes, a un cielo sucio, inhóspito, enfermo.

Mañana, tiene tiempo. Todas duermen. Se acurruca debajo de la manta delgada, astrosa, y se afinca en la certeza de que todavía no va a dormir, que el cansancio no la va a derrumbar, que va a estirar las horas que le quedan para esa carta que todo su ser se resiste a escribir, y que, sin embargo, sabe impostergable. Pero para hacerlo, necesita salir de ahí, escaparse, volver al sol ardiente que un día la encandiló ya para siempre, no puede desligar a Carlos del sol, de esa geografía, violenta y tierna a la vez, que le era tan ajena y de la que se enamoró con la misma pasión que la ha hecho vivir hasta el día de hoy.

Y hacia allá vuela, allá vuelve una vez más, y reemprende esos itinerarios suyos, nacidos al azar de una callecita guarnecida de amplios soportales floridos en tinajones desconchados, de una plaza polvorienta que ya había olvidado sus estatuas rotas, de un patio adoquinado cubierto de musgo y helechos enanos, incrustado de florcitas malva y amarillas que emergían, frágiles, en cualquier oquedad o resquicio, patio siempre escondido tras un portón de madera ricamente labrada, de puertas claveteadas, o de una iglesita barroca, por arte de magia saliendo de un cortinaje de utilería.

Carlos se extasiaba al verla mirar, tocar con temor deslumbrado de niña, una planta, una flor, un instrumento musical, un collar de semillas rojinegras, todo un mundo para ella desconocido, o cuando veía a su mujer aspirar con deleite los perfumes densos que la asaltaban a cada paso, a la vuelta de cualquier esquina embalconada, a pleno sol o a la sombra de arboledas, para ella desmesuradas y melindrosas con tanto adorno de colgajos espinudos. Le divertía ese asombro glotón cuando, en el mercado, o simplemente en la calle, ella se paraba, embelesada, delante de una tarima desbordante de guayabas bruñidas, de naranjas doradas y mangos verdirrojos de pulpa suculenta, de bananas atigradas, allá un puesto de pescado frito y refrito en cazuelones grasientos y renegridos, más allá un tostadero de café que embalsamaba el aire y alertaba el olfato que requería con premura el mostrador, ahí, donde ya se alineaban las tacitas que iban llenándose de un líquido espeso y perfumado.

A ella le hacía reír la policromía delirante y estrafalaria de tanto tenderete improvisado, pero le costaba un esfuerzo terrible no echarse a llorar, no temblar de espanto y de rabia cuando se topaba, de golpe, con la miseria más escandalosa, la miseria y sus purulencias a plena luz del día, sus llagas, sus harapos mugrientos, sus niños sucios, vientre hinchado y dientes podridos, la carita llena de mocos y moscas, bajo un sol luminiscente que resaltaba, con brutal realce, la tragedia de los desheredados, de los siempre preteridos, los desahuciados de la vida, pero por demás sabía que con llorar nada se resuelve, nada, y que, justamente, para remediar tanta injusticia, Carlos y los demás compañeros y ella se habían entregado en cuerpo y alma a la lucha, que sería dura y ardua y difícil y peligrosa la tarea que se habían impuesto, pero ahí estaba, había estado y estaría el sentido de su vida, el único valedero, y en la negrura gélida de la noche, temblando y retrasando el momento de escribir la carta que ya no puede seguir posponiendo, vuelve al mar, no al que conocía, siempre frío, huraño, gris, sino al mar de Carlos, un mar de esmeralda con vislumbres de zafiro, no sospechaba, ella que venía de tan lejos, de otro mundo, que las playas fuesen así, cálidas, a veces desnudas, ardientes, anchurosas,

Queridos: Mañana voy a necesitar de toda mi fuerza y de toda
hechas para caminar, sin titubeos, hasta la línea del horizonte, abriendo surcos
mi voluntad. Por eso no puedo pensar en las cosas que me

que se cierran tras sus pasos, sin dejar huellas, el agua sólo a los tobillos, y era
torturan el corazón, que son más queridas que mi propia vida.

un deseo irrefrenable de tenderse al sol, hundirse, fundirse en la arena, un querer
Es por eso que me despido de ustedes ahora. Es totalmente

abandonarse al pulso de las olas, que es el pulso acompasado de la
imposible para mí imaginar, hija querida, que no volveré a

tierra toda, y ser arena y ola y sal y alga y caracola... Carlos,
verte, que nunca más volveré a estrecharte entre mis brazos

¿recuerdas?,amé la profusión de maravillas que me dabas a manos llenas,
ansiosos. Quisiera poder peinarte, hacerte las trenzas --ah,

amé tu país generoso, amé a tu gente, ya mía para siempre, y no quiere irse
no, te las cortaron--. Pero te queda mejor el pelo suelto,

de ese mar, de ese sol, esa luz que un día dejó de brillar para ellos, y fue
un poco desaliñado. Ante todo, voy a hacerte fuerte. Debes

el fracaso, la derrota, las traiciones, el miedo y la angustia y
andar en sandalias o descalza, correr al aire libre

la separación, la cárcel, descubrir con estupor que estaba embarazada,
conmigo. Tu abuela, en principio, no estará muy de acuerdo

que llevaba en su vientre un hijo de Carlos, no, una hija, siempre supo que
con eso, pero enseguida nos entenderemos muy bien.

sería una niña, y la deportación como una espada de Damocles pendiente sobre
Debes respetarla y quererla por toda la vida, como tu

su cabeza, a la que tantas veces le pusieron precio, y pasan rápidas, rápidas,
padre y yo hacemos. Todas las mañanas haremos gimnasia...

en rafagazos, imágenes de su vida de joven militante, audaz, decidida, decían
¿Ves? Ya vuelvo a soñar, como tantas noches, y olvido que

todos, y para ella no era ningún mérito ser audaz o decidida o temeraria,
ésta es mi despedida. Ahora, cuando pienso en esto de nuevo,

hacía, sencillamente, lo que tenía que hacer, y en ese momento no quiere pensar
la idea de que nunca más podré estrechar tu cuerpo cálido es

que toda su vida, su corta vida, todavía no cumplió los 34 años, no ha sido sino una
para mí como la muerte. Carlos, querido, amado mío: ¿tendré

larga preparación, un minucioso entrenamiento, el inequívoco camino
que renunciar para siempre a todo lo bueno que me diste? Me

que la llevaría, inexorable, ella que no es creyente, al purgatorio del barco maldito,
conformaría, aunque no pudiera tenerte muy cerca, con que

desde el que vio alejarse para siempre la cintura dorada de la tierra de Carlos,
tus ojos me miraran una vez más. Quisiera ver tu sonrisa.

su Garoto, separada para siempre de su abrazo, para recalar en el infierno de
Los quiero a ambos tanto, tanto. Y le estoy tan agradecida

Ravensbruck, previa escala en el presidio de Barnimstrasse, donde nació Anita,
a la vida porque me los ha dado a los dos. Pero lo que me

y se toca los senos vacíos y siente la boca ávida de su hija prendida al pezón,
hubiera gustado era poder vivir un día feliz, los tres

y acaricia en el aire esa carita de porcelana, y no quiere llorar, no ahora, y tiembla
juntos, como miles de veces lo imaginé. ¿Será posible que

de frío y espanto, añora el grueso capote de su uniforme del Ejército Rojo,
nunca vea cuán orgulloso y feliz te sientes por nuestra

cuando se hizo paracaidista y piloto, con qué orgullo lo llevaba, y luego fue
hija? Querida Anita, mi querido marido, mi Garoto: lloro bajo

el periplo por Europa y Estados Unidos preparando el regreso de Carlos al Brasil,
las mantas para que nadie me oiga, pues me parece que hoy

del Capitán Carlos, el de la Columna Invencible y sus 25 OOO kilómetros recorridos
las fuerzas no logran alcanzarme para soportar algo tan

a pie, y ella, arrobada, escuchaba de sus labios la historia de la hazaña, y debe
terrible. Es precisamente por eso que me esfuerzo para

dormir, aunque sea unas pocas horas, hasta que los altoparlantes empiecen a rugir,
despedirme de ustedes ahora, para no tener que hacerlo en

son doscientas las mujeres que partirán al alba, que ya se insinúa perfilando
las últimas y difíciles horas. Después de esta noche, quiero

la silueta de los cuatro ómnibus azul marino que prestan servicio a la Gestapo
vivir para este futuro tan breve que me queda. De ti

y a las SS, sabe que irán a un lugar llamado Bernburg, eso es todo, sólo un
aprendí, querido, cuánto significa la fuerza de voluntad,

nombre, nada más, no sabe nada más, sólo que va a morir, no cómo, y los besa
especialmente si emana de fuentes como las nuestras. He

y abraza por última vez, y en ese beso y en ese abrazo deja su último aliento,
luchado por lo justo, por lo bueno y por lo mejor del mundo.

porque mañana ya es hoy, y sube al ómnibus dando ánimo a sus compañeras,
Te prometo ahora, al despedirme, que hasta el último

todavía pueden pasar muchas cosas, va camino de la muerte, la muerte que
instante no tendrán por qué avergonzarse de mí. Quiero que

la espera, puntual, en una, al parecer, inocente sala de baños colectivos, nueva,
me entiendan bien: prepararme para la muerte no significa

flamante, recién azulejada, de una dependencia del hospital psiquiátrico
que me rinda, sino saber hacerle frente cuando llegue. Sin

de Bernburg, donde se ha instalado, a modo de ensayo, la primera cámara de
embargo, todavía pueden suceder tantas cosas... Hasta el

gas para el exterminio masivo de prisioneros.
último momento me mantendré firme y con voluntad de vivir.

Es febrero de l942 cuando Olga Benario Prestes, comunista, alemana y judía,
Ahora voy a dormir para mañana ser más fuerte.

entra a la muerte. No llora, no. Levanta la frente y sonríe.
Los beso por última vez. Olga*.

De la mano de Carlos y con Anita en brazos, corre descalza por la playa desnuda al encuentro del mar de esmeraldas y zafiros, una ola la envuelve, la ciega, la ahoga, la sonrisa se crispa, se hace mueca, desaparece, pero los ojos siguen abiertos, encendidos, son una luz en la oscuridad.
*La carta de Olga Benario Prestes (copia textual) está tomada del libro Olga, de Fernando Morais. Ediciones Casa de Las Américas, noviembre de 2000. (N. de la A).