PRESTES DEL BRASIL
(1949)
Pablo Neruda
BRASIL, augusto, cuánto amor quisiera
para extenderme en tu regazo,
para envolverme en tus hojas gigantes,
en desarrollo vegetal, en vivo
detritus de esmeraldas: acecharte,
Brasil, desde los rios
sacerdotales que te nutren,
bailar en tos terrados a la luz
de la luna fluvial, y repartirme
por tus inhabitados territorios
viendo salir del barro el nacimiento
de gruesas bestias rodeadas
por metálicas aves blancas.
Cuánto recodo me darias.
Entrar de nuevo en la alfandega
salir a los barrios, oler
tu extraño rito, descender
a tus centros ciculatorios,
a tu corazón generoso.
Pero no puedo.
Una vez, en Bahía, las mujeres
del barrio dolorido,
del antiguo mercado de esclavos
(donde hoy la nueva esclavitud, el hambre,
el harapo, la condición doliente,
viven como antes en la misma tierra),
me dieron unas flores y una carta,
unas palabras tiernas y unas flores.
No puedo apartar mi voz de cuánto sufre.
Sé cuánto me darían
de invisible verdad tus espaciosas
riberas naturales.
Sé que la flor secreta, la agitada
muchedumbre de mariposas,
todos los fértiles fermentos
de las vidas y de los bosques
me esperan con su teoria
de inagotables humedades,
pero no puedo, no puedo
sino arrancar de tu silencio
una vez más la voz del pueblo,
elevarla como la pluma
más fulgurante de la selva,
dejarla a mi lado y amarla
hasta que cante por mis labios.
Por eso veo a Prestes caminando
hacia la libertad, hacia las puertas
que parecen en ti, Brasil, cerradas,
clavadas al dolor, impenetrables.
Veo a Prestes, a su columna vencedora
del hambre, cruzando la selva,
hacia Bolivia, perseguida
por el tirano de ojos pálidos.
Cuando vuelve a su pueblo y toca
su campanario combatiente
los encierran, y su compañera
entregan al pardo verdugo
de Alemania.
(Poeta, buscas en tu libro
los antiguos dolores griegos,
los orbes encadenados
por las antiguas maldiciones,
corren tus párpados torcidos
por los tormentos inventados,
y no vez en tu propia puerta
los océanos que golpean
el escuro pecho del pueblo.)
En el martirio nace su hija.
Pero ella desaparece
bajo el hacha, en el gas, tragada
por las ciénagas asesinas
de la Gestapo.
Oh, tormento
del prisionero!´Oh, indecibles
padecimientos separados
de nuestro herido capitán!
(Poeta, borra de tu libro
a Prometeo y su cadena.
La vieja fábula no tiene
tanta grandeza calcinada,
tanta tragedia aterradora.)
Once años guardan a Prestes
detrás de las barras de hierro,
en el silencio de la muerte,
sin atreverse a asesinarlo.
No hay noticias para su pueblo.
La tirania borra el nombre
de Prestes en su mundo negro.
Y once años su nombre fue mudo
Vivió su nombre como un árbol
en medio de todo su pueblo,
reverenciado y esperado.
Hasta que la Libertad
llegó a buscarlo a su presidio,
y salió de nuevo a la luz,
amado, vencedor y bondoso,
despejado de todo el odio
que echaron sobre su cabeza.
Recuerdo que en 1945
estuve con él en São Paulo.
(Frágil y firme su estructura,
pálido como el marfil
desenterrado en la cisterna,
fino como la pureza
del aire en las soledades,
puro como la grandeza
custodiada por el dolor.)
Por primera vez a su pueblo
hablaba, en Pacaembú.
El gran estadio pululaba
con cien mil corazones rojos
que esperaban verlo y tocarlo.
Llegó en una indecible
ola de canto y de ternura,
cien mil pañuelos saludaban
como un bosque su bienvenida.
Él miró con ojos profundos
a mi lado, mientras hablé.
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